"La naturaleza siempre lleva los colores del espíritu."
(Ralph Waldo Emerson)
Suena la lluvia sobre el tejado de madera. No puedo dormir. Después de un largo paseo con mis perros por la montaña solitaria que me protege, caí físicamente rendida. Acabé mis tareas y me acosté, sin cenar para iniciar mi ayuno de los miércoles unas horas antes de lo habitual. Oré un rato, pero el sueño no llega y mi mente está despejada.
Cuando llegamos del bosque, somos (humana y perros) seres vivos renovados.
Contrariamente a lo que algunos piensan, los perros que viven en el campo también necesitan sus paseos.
Los nuestros son, además, animales de caza. Aunque nunca cazaron y por eso (la mayoría de ellos) fueron abandonados o depositados en perreras.
Vivir en medio de estos bosques, les ha hecho conectar poderosamente con sus instintos.
Además, gozan de una alimentación natural, en la que pueden morder, desgarrar y despedazar sus “presas”, como si las cazaran. Con lo que son biológicamente “muy perros”.
Salvo en verano, que debido a la humedad y el calor mediterráneo, no es posible salir sin derretirte ni encontrarte a nadie salvo a altas horas de la noche (y la luna no siempre nos ofrece toda la luz con que nos puede alumbrar), durante el año, procuramos que salgan cada día, al menos una hora, a dar un paseo.
Corren, olfatean y siguen rastros. Hacen ejercicio y me ayudan a hacer ejercicio a mí.
Gracias a ellos y a estos bosques, he ido combatiendo y venciendo la intolerancia al ejercicio que acompaña a otros síntomas que pueden aparecer y no sólo eso, sino que además mis niveles de serotonina se nivelan de un modo natural.
El paseo en la naturaleza, conectados y en silencio, es nuestra píldora diaria de salud.
Es muy importante mantener las rutinas en nuestros animales. Muchos de ellos, al ver alterados sus ciclos de sueño, alimentación, paseo y otras actividades diarias, pueden enfermar.
Hemos de tenerlo en cuenta estos días. Y sobre todo no señalar con el dedo a quienes necesitan un rato para que sus animales hagan ejercicio y sus necesidades. No es sencillo para ellos comprender qué está sucediendo.
Algunos perros sólo pueden defecar, por ejemplo, cuando ya llevan un rato caminando. Necesitan, primero, olisquear, moverse un poco, marcar varias veces el territorio, para luego -liberada la energía acumulada en el hogar- vaciar plenamente su vejiga y lo mismo sucede con el vaciamiento de su intestino.
Así que, más allá de que nos saquen de nuestro retiro un ratito, hemos de ser conscientes de la importancia de mantener constantes sus actividades vitales, atendiendo muy bien a las biológicas.
Me gustaría ser capaz de poder enviaros desde aquí todo el amor que siento en esos bosques.
Toda la GRATITUD, con mayúsculas, que me hace sentir el vivir en este lugar tan cercano a la naturaleza, sus aromas, colores, texturas, sabores y sonidos.
Hace unos días bromeaba con unos amigos muy queridos que viven como nosotros. Muchas personas (incluso de nuestro entorno familiar y social) nos dicen que no vivirían ”así como vivimos nosotros”. Medio asilvestrados y con olor a leña.
Nosotros comentábamos que no lo cambiaríamos salvo que fuese totalmente necesario.
Cada uno tenemos una mirada de la vida y, a veces, los inconvenientes se traducen en ventajas.
Todo puede observarse desde distintas perspectivas y, siempre, aprender.
Hoy, como cada día, me preparé para el paseo. Estaba muy nublado. Había llovido todo el día y parado sólo un rato a la tarde.
Salí agradecida. Estaba cansada y me sentía bastante embotada. Observaba cómo mis capacidades cognitivas iban bloqueándose. Biológicamente necesitaba el paseo, como mis compañeros peludos. A veces cuesta mover, pero “es un chute de salud” hacerlo.
Ya eran ya casi las siete.
Mis perros salen con una alegría y una fuerza impresionantes.
Mientras ”vuelan” literalmente persiguiéndose y entrecruzándose entre ellos, ladrándose para indicarse el inicio de la “competición” que Deva y Lar tienen establecida por rutina de liberación de energía acumulada, me paro y respiro profundamente.
Camino lentamente y saludo al bosque y sus criaturas, a las que siento hermanas, al Espíritu de amor que todo lo une y que se manifiesta en cada matiz de esos paisajes y “escucho” hacia dónde debo dirigir mis pasos. Dejo que la Naturaleza me guíe.
Hoy hacía frío. La tierra está maravillosamente húmeda. Estos días todo huele a tierra mojada y a lentisco, romero, tomillo. Los musgos están poderosamente enverdecidos señalando el norte.
Había setas de color rojo vivo en un pequeño claro
Ultimamente aprovecho el paseo para ir, monte a través, por lugares que no transitan otros humanos de modo habitual, y subir y bajar una montañita a cuyos pies está nuestra casa.
El recorrido, a ritmo rápido, puede llevarme una hora más o menos.
En ese tiempo estoy en silencio. Voy concentrada escuchando los sonidos que la montaña ofrece. Observando las piedras del suelo, los arbustos de jaras y estepas y demás monte bajo, que pletóricos por la lluvia, me envían su fortaleza. Los pinos, que se hacen más frondosos mientras los almendros y algarrobos se quedan esperándonos abajo. Parándome de vez en cuando (mientras cojo altura) a observar el paisaje en distintas direcciones, aprovechando para tomar un respiro.
Los mirlos cantaban hoy al atardecer acompañados por otras pequeñas aves. El cielo no daba imágenes claras. Al este, desde el mar, parecía que iba a despejar, mientras que al oeste parecía más nublado. Norte y Sur también silenciosos.
No había viento que indicara por dónde podría llegar, si llegaba, la lluvia.
Así que me he conectado al bosque, he preguntado qué hacer y he sentido en mi interior cómo esos sonidos y los tonos en el cielo, anunciaban que era buen momento para subir antes de la lluvia.
Esta comunicación es un don que todos tenemos. Es lo que me gustaría transmitir en estos textos.
Por eso, la mayoría de nosotros, podemos sentir cómo, por ejemplo, cuando estamos en una ciudad y nos metemos en un parque donde los sonidos de los coches están amortiguados o no se escuchan, el bullicio parece que queda como lejano. Entonces, podemos pasear o sentarnos en un banco a contemplar la naturaleza que nos sostiene en medio del suelo urbano y nuestras preocupaciones parece quedan apartadas. Empezamos a sonreír, destensamos las mandíbulas y respiramos con mayor amplitud.
En posteriores post, intentaré relacionar estas posibilidades terapéuticas que todos hemos experimentado alguna vez, con aquello que se experimenta cuando nos aplicamos frecuencias vibratorias sonoras específicas en el tratamiento de distintos estados.
Mientras, dejo un cielo antes de la lluvia, en el que hoy un águila, momentos después de tomar la fotografía, nos ha regalado su compañía y su vuelo (por segundo día consecutivo) lleno de paz.
Para que las frecuencias del Espíritu, lleguen a aquellos que puedan leer este texto.
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