Al llegar a un nuevo lugar en la Naturaleza, me gusta mostrar mi respeto, saludar, presentarme, agradecer, “pedir permiso” para entrar.
Respirar, dejando que el lugar me “cante” la canción que necesito y equilibre mi vibración.
Reconocerme en los árboles, la vegetación, las flores... En los insectos, pájaros u otros animales que allí habitan. En las rocas y montañas, en los guijarros y piedrecitas.
Interiorizar.
Cuando hay un arroyo, un río (o incluso el mar), saludo al Ser del agua y, si me es posible, me gusta tocar el tambor y cantarle suavemente para agradecerle y honrarle, sintiendo su esencia cómo me envuelve y acaricia.
De este modo, me recuerdo que soy todo y que mi naturaleza interior está reflejada en esa armonía que se expresa en el exterior, mientras mis hemisferios cerebrales se acompasan y unen.
Dejando que la energía amorosa del lugar me envuelva, sano.
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