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Un animal es un presente

Todos aquellos que convivimos con animales y/o en contacto estrecho con la Naturaleza, sabemos que un animal es un presente. Y no sólo es por el presente que nos hacen con su existencia, es también el regalo de recordarnos constantemente la presencia. El aquí y el ahora. La vida circulando constante, simplemente fluyendo.

Este título viene gracias a mi "hermanuchi" Luis Medrano que me ayudó a crear este blog para mis consultas cuando me sentía nublada e incapaz de manejarme con el ordenador e internet.
Dejó aquí esta idea proponiéndome que creara un texto cuando lo creyera conveniente.
Todo tiene su tiempo. El momento llega ahora.

Cuántas veces me he perdido en mis pensamientos, como un lobo siguiendo un rastro, y mis compañeros perros o mis gatos, mis cerditos y gallinas y patos, mi oca, me han hecho volver al momento presente.


Cuántas veces he estado mental, agotada y confusa, dolorida y sintiéndome enferma, y mis pacientes me han hecho recordar la belleza del ahora con su conexión, incluso en aquellos momentos en los que ni siquiera sabía que son grandes Maestros y que me estaban guiando y acompañando amorosamente, haciendo de espejo con sus propias vivencias y las de sus humanos, mostrándome y mostrándoles la conexión a la conciencia que todos somos.
Gracias, gracias, gracias por sus magníficas enseñanzas.

Recuerdo a una de mis cerditas, Botona, que nos dejó en septiembre pasado con unas enseñanzas preciosas sobre las relaciones en su grupo familiar y social, el propósito de la existencia y las vivencias según éste con la aceptación serena de las mismas desde el Reino Animal.
¡Ay!, cómo me mordía en la pierna, en la pantorrilla o el muslo, dejándome hasta moraduras, cada vez que les daba la comida pensando en qué iba a hacer después o preocupada o simplemente desconectada del ahora. “La pérdida de presencia produce dolor”, expresaba muy solemnemente, y se ponía a comer con la voracidad y la alegría que caracteriza a los cerdos.




O, mi preciosa compañera oca que también nos dejó hace unos años, me llamaba a la presencia desde el corral, estando yo en casa, cuando la sintomatología de mi proceso y el flujo de hormonas, neurotransmisores y mediadores inflamatorios e inmunológicos me ponía muy mental. Gritaba y graznaba hasta que me hacía volver. Cuidándome desde la distancia.
Recuerdo un día en el que vino a casa mi mejor amigo, mi querido hermano Ignacio, también veterinario (de fauna salvaje y muy conectado a la Naturaleza), ahora entregado a la Medicina integrativa y natural, humana y animal.
Estábamos celebrando nuestra noche vieja particular sin horario, un día 30 por la noche, que era el único momento en el que nos podíamos encontrar.
Como siempre, estábamos los dos hablando y hablando sobre Medicina, enfrascados, mentales, demasiado centrados en el conocimiento. 
De repente, O, gritando desde el corral,  nos llamó a la presencia. Nos quedamos en silencio.
Yo no dije nada e Ignacio, que no sabía nada, me miró con cara de sorpresa y me dijo, “¿la oca nos está llamando la atención para que bajemos al cuerpo o estoy flipando? Acabo de escucharla pidiéndonos que rebajemos las revoluciones”



Y a mi perra Luna, que fue la primera que me mostró que el móvil, el ordenador y las redes sociales no sólo me sacaban del presente y me ponían mental, hiperestimulando mi Sistema Nervioso, sino que me hacían daño.

Suele “hablar poco”. Es una preciosa Setter Irlandés que ya tiene 11 años y lleva 10 de ellos regalándome su presencia. Desgarbada y “tontorrona”, muy peculiar, con un carácter muy felino. Llegó a mí gracias a mi primo, al que siento como un hermano, que tras encontrarla abandonada no pudo adoptarla pese a que lo intentó todo con ella. Con él no pudo regular su estrés biológico y su necesidad de “ser salvaje” y vivir como un "león" en la sabana.
Ahora sé que la conciencia que se expresa a través de ella, hizo que él la encontrara abandonada para llegar hasta mí y guiarme en muchos aspectos de mi vida.

Luna es capaz de detectarme a kilómetros si en algún momento cojo el móvil sin conciencia ni atención, sin intención o propósito claro y concreto, pensando en las musarañas. O si estoy saturada y agotada. Viene hacia mí, golpeándome con su cabezota y su morrito, ahora lleno de canas, diciéndome “deja el móvil, vuelve a ti”.



Como esto de la comunicación es un proceso continuo de aprendizaje, no pude ver esto enseguida.

Al principio creía que era una de sus rarezas felinas y que sólo estaba eligiendo el momento óptimo para ser acariciada (muchas veces la acaricio cuando está tumbada al sol y me dice “ahora no, estoy descansando” y se levanta y se va).
Pero después observé que intentaba tocarla y se apartaba. me miraba y me hacía sentir como chisporroteo y pesadez y dolor sordo en los oídos. Al final, observando este comportamiento repetidas veces, hilé más fino y le pregunté “¿quieres que deje el móvil?”, a lo que ella contestó “sí, no te hace bien”.

Mi psicoanalista, un maravilloso viejo chiflado que el Universo me regaló en un tiempo en el que mi calidad de vida era prácticamente nula y no sabía a quién acudir porque todo empezó a cobrar vida y a “hablarme”, mostrándome simbologías, me habló del inconsciente. De Jung, de Chiozza. Salvo él y muy pocas personas más de mi entorno me comprendían.
Era algo sobre lo que tenía un limitado entendimiento. Por mi cuenta había empezado a leer a través de Bruce Lipton, un biólogo celular al que conocía pos algunas charlas y su libro "La biolgía de la creencia", pero no sabía darle conciencia en mí y mi organismo.
 No sabía qué me pasaba. Ni tampoco la colección de médicos y cirujanos (de distintas especialidades)  y psicólogos a los que llevaba acudiendo desde hacía muchos años.
Pese a preguntar a unos y otros si todo no estaría interconectado, ya que muchos de los síntomas físicos empezaron desde la niñez como un proceso pediátrico que nunca acabó de completar su curación, la visión mecanicista de la Ciencia occidental me decía que no, me dejaba como crónica de algo grave y sin nombre y no me daba solución.

Expreso estos detalles desde la objetividad, sin ánimo de victimizarme, sólo para poner en la conciencia de quien llegue a leerlo, que tuve que conectar con un sufrimiento muy profundo para llegar al punto de conexión al flujo vital en el que ahora me encuentro, ya en un 45% en mi calidad de vida, después de muchos años postrada y aislada, agotada y con dolor por todo el cuerpo, creyendo (porque eso se me contaba desde el modelo oficial) que tenía procesos emocionales o psicológicos que me hacían somatizar sólo de la mente al cuerpo (y no al revés, como ahora sé que me ocurre debido a la Síndrome de Sensibilización Central)
Y para que, si alguna persona se reconoce en ellos, pueda acompañarse de sus animales y de la Naturaleza para sanar.

Y es que la Medicina occidental, inmersa en el ritmo frenético de una “revolución industrial” que nos tiene esclavos de un sistema de producción masiva, ha olvidado muchas veces  su maravillosa capacidad de visión de conjunto.

Los médicos no sabían bien qué tenía, pero me contaban que por su experiencia, las personas (la mayoría mujeres) que pasaban por donde yo estaba, enfermaban gravemente. Así que, o paraba o me moría pues mi calidad de vida era inexistente.
Mi psicoanalista  me enseñó (a golpe de razón primero, pues mi recuerdo a la conexión espiritual era entonces nula) que a base de práctica, constancia y disciplina, creación de hábito y experimentación de la creación de la realidad en tiempo presente podía hacerme consciente de muchas cosas que estaban en planos inconscientes de la realidad y que gobernaban mi vida sin que yo tuviera conocimiento de ello. Si las desconocía y quedaban en esos planos inconscientes, no podía responsabilizarme de ellas y corregirlas, corrigiendo así la somatización que viniera del plano mental.

Y empecé a observar la vida como una meditación activa.

Mis guías, con sus actos cotidianos, fueron mis perros, gatos, cerdos, gallinas, tortugas, periquitos, ocas y patos, el bosque en el que vivo, el mar (cuando lo podía visitar), las ardillas, águilas, cuervos, tórtolas, palomas torcaces y otros animales salvajes que conviven con nosotros.
Estaba tan agotada y desorientada en aquella época, que no pude documentar ni apuntar todo lo que mis animales me mostraron en tantas ocasiones.

Hasta hace poco, era algo que me inquietaba, pues sentía que relatar sus espejos y enseñanzas podría ir bien para las personas que accediesen a mis consultas. Creía que todo ese material, esos reflejos de mi enfermedad en ellos, se había perdido.
Pero, conectada otra vez a mi interior, tras año  y medio de tratamiento sobre mi cuerpo corrigiendo el estrés biológico (bacteriano y micótico sobre todo) que me hacía salir constantemente de él, debido a los procesos derivados del Síndrome de Sensibilización Central, sintiendo el presente contínuo, lo dejé ir como pasado. 

Y cómo es la conciencia que somos, en este vídeo (click aquí) que os recomiendo para conectar con la felicidad a través de los animales, en palabras muy sencillas, alguien ya lo ha relatado por mí. 
Hace unos días escuchaba un audio con un fragmento de un libro de Eckhart Tolle, que se titula “Una nueva Tierra “  y pude comprobar que está perfectamente detallado. Sin signos clínicos ni detalles científicos complejos. Desde la experimentación de alguien que verdaderamente ha alcanzado la realización en este plano de conciencio.
No me queda más que darle las gracias a Tolle por su maravillosa sensibilidad, sabiduría, humildad y sencillez al compartirnos cómo conectarnos con nuestro interior y "despertar", así como a la persona que lo ha dejado grabado en audio, permitiendo que llegue a más y más seres.

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